Las tres amigas y la fuente mágica
Era una húmeda
mañana de primavera en el bosque, una mañana como otra cualquiera, cuando tres
amigas acudieron juntas a ver a la orangutana Edurne, que las había citado en
el claro de siempre. Eran la ratita Yanire, la gatuca Bea y la perrina Irene.
Edurne era la más sabia de los animales del bosque, y a menudo las instruía con
sus historias y consejos.
-
Amigas mías – les dijo – pese a vuestra juventud, hemos
compartido un buen número de historias y os he hablado de muchas de las cosas
que he visto. Sin embargo, hay todavía un lugar del que no os he hablado.
-
¿Sí? ¡Cuéntanos, cuéntanos! – exclamó la ratita Yanire.
-
Sí, ¿por qué no? Os lo contaré. Ya sabéis acerca de
cosas de suma importancia, por ejemplo tú, gatuca Bea, sabes dibujar sonrisas
en la cara de los demás animales, y vosotras, Irene y Yanire, les enseñáis a
amarse a sí mismos. Pero seguro que aún no conocéis el paradero de la fuente
mágica al otro lado del bosque.
-
¿Una fuente mágica? – preguntó la gatuca Bea con los
ojos abiertos como platos. ¿En serio? ¿Dónde está?
-
¡Al otro lado del bosque! – replicó divertida la
perrina Irene – No estás escuchando.
-
¡Sí, claro, como si tú lo hubieras oído antes! –
respondió Bea.
-
Prestad mucha atención. Esta fuente no es como otras,
es mágica. Su agua enciende el fuego, un fuego muy especial: el fuego interior.
Una llama que no se apaga ni con el viento más feroz ni con la lluvia más
insistente, y que ilumina y da calor hasta en la noche más fría y oscura.
-
¡Queremos ir, queremos conocerla! – dijeron las tres al
mismo tiempo.
-
Sí, ¿por qué no nos hablaste antes de esa fuente?
¡Suena tan bonita!
-
Lo es, en efecto, Yanire, pero cada cosa tiene su
momento. ¿De verdad queréis ir a conocerla y beber su agua?
-
¡Si, por favor, por favor! – pedía la perrina Irene.
-
¡Ah, ya sé! – exclamó la gatuca Bea.- Llévanos hoy, no
tenemos nada que hacer y seguro que nos divertimos mucho.
-
Apuesto a que os divertís, pero aún no os lo he contado
todo. A esta fuente mágica no os puede acompañar nadie que haya estado ya
antes, tenéis que descubrirla vosotras mismas, aunque podéis ir juntas y acompañaros
en el camino. Y os daré este consejo: procurad no seguir el camino principal
del bosque, sino el más antiguo. Es más difícil de seguir, y os costará más
tiempo y esfuerzo llegar a vuestro destino, pero no os arrepentiréis, vuestro
viaje será más provechoso y vuestra alegría al culminarlo, mayor. ¡Ahora
partid, amigas mías, estáis listas!
Las tres
amigas se despidieron de la orangutana Edurne y sus amigos y partieron
resueltas esa misma mañana por el camino antiguo, siguiendo el consejo de
Edurne. Era un camino sinuoso y oscuro, hacía frío y, pese a su alegría y
decisión, no tardaron en empezar a preocuparse. <<Esto es muy cansado, ni
siquiera sabemos cuánto falta, no lo conocemos. ¿Y si nos perdemos o, peor aún,
y si aparece una malvada bestia y nos come? En el camino principal estaríamos
tan a gusto…>> Por suerte eran unos animales muy fuertes y se apoyaban
unas a otras para continuar.
Por fin,
llegaron a un río demasiado profundo como para poder cruzarlo. La perrina Irene
dijo:
-
Chicas, no sé vosotras, pero yo nunca he cruzado un río
así.
-
Si, no sé qué podríamos hacer, dijo la gatuca Bea
-
¿Y si le preguntamos a esa piedra que se mueve? –
preguntó la ratita Yanire.
-
Pero Yanire, las piedras no se mueven solas, y mucho
menos hablan – le corrigió la perrina Irene.- Creo que necesitas un descanso.
Entonces
oyeron una voz:
-
No soy una piedra, soy un delfín. ¿Es que ya no me
reconoces?
-
¡Pero si es Bea el delfín! Mi tocaya Bea, ¿qué haces
tan lejos de casa?
-
Lo mismo podría preguntaros yo. Vengo mucho por aquí,
se nada la mar de bien. ¿Queréis que os ayude a cruzar el río?
-
Eso sería estupendo, pero no sé si tú sola vas a poder
con nosotras, dijo la perrina Irene.
-
Muy observadora, Irene, pero no tenéis más que remontar
el río durante un rato y llegaréis a una laguna, la laguna del arco iris, que
es muy poco profunda, y además allí veréis a unos amigos que también quieren
saludaros.
-
¡Fenomenal Bea, eso haremos!
Siguieron río
arriba y enseguida llegaron a la laguna, donde ya los esperaban la piraña
Montse, la flamenca Cristina y el chipirón Carla. Descansaron un rato contentas
por este inesperado reencuentro y reanudaron el camino con energías renovadas.
-
Adios, chicas, nos ha encantado volver a veros – dijo
la piraña Montse.
-
Id con cuidado, pero no os preocupéis, que llegaréis
antes de lo que pensáis – les dijo la flamenca Cris, siempre muy optimista.
-
Volved por aquí cuando queráis y, ya puestos, traed
algún regalo – les despidió el chipirón Carla, poniendo una nota de humor.
Prosiguieron
la marcha otra vez y avanzaron largo rato por el camino antiguo. A veces el
camino desaparecía ante sus ojos y se guiaban por su intuición, y unas veces
acertaban y otras tenían que volver sobre sus pasos para volver a ponerse en la
dirección correcta. Con tanto trajín, oscureció. La ratita Yanire empezó a
bostezar:
-
Bueno, yo creo que ya va siendo hora de echar un
sueñecito, ¿no os parece?
-
No está mal pensado -
dijo la perrina Irene. ¿Dónde podríamos encontrar refugio?
-
A lo mejor encontramos otra piedra que nos habla – dijo
la gatuca Bea, muy guasona.
Entonces
escucharon una voz que venía de un árbol:
-
¿Y por qué no nos preguntáis? A lo mejor podemos
echaros una mano
-
¿Quién ha dicho eso? ¿Eres un monstruo malo? – preguntó
asustada la gatuca Bea.
-
Que no, tonta, soy tu amigo el lechuzo Noé, que estoy
de guardia con la buhíto Alicia.
-
¡Hola pimpollos! ¿De verdad que no nos habíais visto?
¡Qué despistadas!
-
¡Pero qué susto! Que va, es que hemos caminado mucho y
estamos echas polvo. No sabéis lo bien que nos vendría un sitio para dormir –
dijo la perrina Irene.
-
Pues nada, seguid a la mariposa Reyes y al águila Jesús
que os van a llevar a un sitio de toda confianza.
-
Anda, si están por aquí Reyes y Jesús. ¡Pero que
concurrido está esto! – exclamó la ratita Yanire.
-
Sí, sí. Nosotros solemos andar juntos de un lado para
otro – explicó el águila Jesús.
-
Formamos una pareja curiosa, ¿verdad? – dijo la
mariposa Reyes. ¡Seguidnos!
Poco después
estaban en casa de Begoña la marmota, que gustosamente les ofreció una buena
cena y camas calentitas.
-
No es ninguna molestia – dijo ella -. Me encanta tener
invitados. Además me ha ayudado Fátima la koala, que vive muy cerca.
-
Coméoslo todo, niñas, que se os ve muy flacas y, por lo
que decís, mañana tenéis otro día largo – dijo Fátima.
-
Bueno, si sobra algo se lo damos a Saruca el cocker – a
lo que Saruca respondió:
-
Me vas a hacer sentir culpable, Fátima, pero es que
cocinas tan bien…
Después de un sueño
reparador, a la mañana siguiente volvieron a salir en busca de la fuente
mágica. Estaban más cerca, o al menos eso creían, pero lo cierto es que camino era cada vez más difícil de seguir
para nuestras amigas. Cuando no atravesaban zarzas en las que se quedaban
enganchadas, tenían que subir abruptas pendientes que las dejaban sin aliento o
sufrir zonas cubiertas de fango por las que apenas lograban sacar la cabeza. La
gatuca Bea tenía ampollas en las patas y le costaba contener la tristeza:
-
¡Pero qué dolor de pezuñas! Lo que daría por un
ibuprofeno. No sé, no sé, no creo que pueda aguantar mucho más, no hago más que
pensar en mi casa.
-
Yo digo que vamos hasta lo alto de esta montaña y si no
vemos la fuente nos damos la vuelta – dijo la ratita Yanire.
-
Eso mismo iba a proponer yo – dijo la perrina Irene,
con un hilo de voz.
Casi
exhaustas, fueron trepando la montaña hasta la cumbre. Lo que allí les esperaba
no era ninguna fuente, ni tampoco indicios de estar cerca, sino nada menos que
el gran oso Baloo Pablo, erguido, sonriente y con los brazos abiertos, que
parecía que supiera que las tres amigas iban a pasar por allí ese día
-
¡Hola mozas! ¿A qué vienen esas caras tan largas?
-
Es que no sabes la paliza que llevamos encima, Pablo –
le dijo la ratita Yanire, un poco molesta con la energía del oso.
-
Me parece a mí que necesitáis que os levantan un poco
el ánimo, ¿me equivoco?
Se miraron
extrañadas.
-
Si tú lo dices… - le contestó Yanire.
-
Nada, nada. Vosotras os venís conmigo, que tengo lo que
necesitáis: un poco de energía positiva para alegraros y que lleguéis hasta el
final del camino.
-
¡Claro que sí, yo me encargo de eso! – Era Sara la
cabra loca quien hablaba asomando tras unos arbustos.
-
¡Y yo, que estas chicas lo valen!
-
Mira Irene, ¡si es el lince Lucía!
-
Sí, y por allí viene Nacho el ciervo.
-
Y no vengo solo, vengo nada menos que con Loreto, el
caballo purasangre, que viene de muy lejos.
-
Claro que sí, lo que sea por animar a nuestras tres
amigas.
-
Pues sí, ya me voy encontrando más animada, dijo la
gatuca Bea. ¡Qué alegría me da veros!
-
¡Y tanto! – respondieron las otras dos.
Pasaron allí
unas horas entre risas y anécdotas, y cuando se hizo tarde Bea, Irene y Yanire
decidieron hacer un último esfuerzo y marchar una jornada más por el camino.
-
Después de todo, si nos encontramos un monstruo
malvado, nosotras somos tres y peleonas.
-
¿Cómo? ¿Así que es eso lo que os preocupa? – dijo Pablo
el oso Baloo. Pues no muy lejos de aquí encontraréis unas fieras muy
especiales, pero no os preocupéis, no os harán daño.
Dicho esto, las
tres amigas partieron una vez más, preguntándose qué habría querido decir
Pablo. Poco después encontrarían la respuesta. Al llegar a un pequeño claro
iluminado por la luz de la luna, se vieron de pronto rodeadas por un lobo, un
león, una tigresa, una pantera y un oso. Comenzaron a acercarse hacia ellas.
Muertas de miedo, gritaron:
-
¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Unas bestias malvadas quieren
comernos!
-
¿Comeros? No, no, ¿cómo íbamos a comernos a nuestras
amigas?
La voz les
resultaba familiar. No podía ser ¿Rebeca la tigresa? ¡Qué feroz parecía en la
oscuridad! Aguzaron la vista y se dieron cuenta de que eran sus viejos
conocidos Jose el león, Sanmi el lobo, Javi el oso y Paola la pantera.
-
Chicos, me parece que las hemos dado un buen susto –
dijo José el león.
-
Parece mentira que no nos conozcan, si sólo somos
feroces por fuera, por dentro somos suaves como el algodón – las tranquilizó
Sanmi el lobo.
-
Sí, en realidad los monstruos solo existen en los ojos
de quien cree verlos – dijo Javi el oso.
-
¡Claro! – exclamo la perrina Irene. Eso era lo que
Pablo el oso Baloo quería decirnos.
-
Pablo el oso Baloo – dijo Paola la pantera - ¡Vaya
granuja! Y decidme, ¿vais muy lejos?
-
No lo sé – dijo la ratita Yanire – Buscamos la fuente
mágica. No sabemos si falta mucho, pero da igual. Ya no tenemos miedo de
seguir, nos habéis dado muchas fuerzas para continuar y estamos disfrutando el
camino.
-
Me parece estupendo – les dijo Jose el león. ¡Que
tengáis buen viaje!
-
¡Gracias, chicos, hasta otra! – se despidieron.
Al día
siguiente llegaron por fin al final del camino. Primero vieron un lejano
resplandor que iba aumentando a medida que avanzaban y por fin oyeron el rumor
del agua brotando. La fuente estaba ante ellos, hermosa y fresca. Bebieron de
ella y sintieron cómo prendía en ellas la llama del fuego interno. Colorín
colorado…